
Elecciones europeas: los signos de cambio
Los analistas políticos son prácticamente unánimes: los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo no provocaron ni grandes sorpresas, ni grandes dramas políticos. Los votantes enviaron una señal inequívoca de deseo de cambio, pero en un marco de defensa y revitalización de la Unión Europea.
El avance de los partidos euroescépticos, aunque real, quedó muy por debajo de lo que algunos temían, inviabilizando el sueño de los nacionalistas/populistas de convertirse en una minoría de bloqueo en Bruselas, lo que podría ser letal para el futuro de la Unión.
Pero el hecho más significativo derivado del acto electoral del 26 de mayo resultó ser el decepcionante resultado, también ya de cierta manera esperado, de los dos grandes grupos políticos de centro-derecha (PPE) y de centro izquierda (S&D) que, por primera vez, no alcanzaron la mayoría de los votos.
Y es aquí donde yace el principal signo de cambio. Los partidos que integran estos dos grupos ya no serán los únicos en decidir como hasta ahora. Tendrán que negociar con los liberales y demócratas (ALDE&R) y también con los Verdes, que han visto crecer su representatividad de forma clara.
Esto significa que podremos ver cambios sensibles en la forma de gobernar la Unión Europea. Tendremos por cierto una mayor politización y democratización del proceso de decisión comunitario, con negociaciones más amplias y escrutadas, lo que podría aumentar la transparencia de las instituciones, acercándolas más a los ciudadanos. Sin embargo, esto puede implicar también una mayor complejidad en la búsqueda de acuerdos.
Consensos más amplios
Los primeros signos claros de cambio ya son detectables en los movimientos en curso para la elección del Presidente de la Comisión, con el candidato del PPE presentado por Alemania, Manfred Weber a sercontestado frontalmente por liberales y socialistas. Y seguramente enfrentaremos la necesidad de asegurar consensos más amplios cuando llegue el momento de seleccionar los nombres para otros importantes cargos, como el Presidente del Banco Central Europeo.
No por casualidad, ante la nueva composición del Parlamento Europeo, ya hay quienes hablan de una solución al estilo «geringonça«, en este caso alineada a la derecha, en alusión a la salida «inventada» por António Costa en Portugal y que acaba de ser evaluada positivamente por el electorado luso: por primera vez en 20 años, el partido de Gobierno (PS) no ha sido penalizado en las urnas en unas elecciones europeas. Por el contrario, fue el vencedor y parece haber ganado fuerza para asegurar un futuro estable de cara a las elecciones legislativas de octubre próximo.
Hay así motivos para creer que estos cambios serán beneficiosos para la Unión y podrán poner algún freno al dominio de los europeístas tecnócratas, habituados a decidir todo, años trás años, en la penumbra de los gabinetes. Tecnócratas responsabilizados en primera instancia por el creciente alejamiento de los ciudadanos de las instituciones comunitarias, así como por la aparición y el refuerzo de los movimientos radicales euroescépticos.
La «tarjeta amarilla» a las dos mayores agrupaciones políticas europeas puede así funcionar como un desafío para la construcción de una nueva solución estable más amplia y dinámica, con nuevas prácticas e ideas, capaz de hacer avanzar las reformas estructurales de las que Europa hace tanto tiempo necesita. Superar este desafío pasa por una nueva mayoría estable, pero más rica en su diversidad.
Un Mundo más peligroso
Es sabido que el proyecto europeo ha producido avances notables en los últimos 60 años, desde luego el mantenimiento de la paz en la región y una prosperidad en términos de libertades nunca antes alcanzada. Pero vivimos hoy un tiempo complejo y lleno de peligros, que reclaman una agenda ambiciosa de medidas y soluciones concertadas en múltiples dominios.
Como sostiene el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el mundo nunca necesitó tanto de una Europa fuerte y unida en la defensa del multilateralismo y en la respuesta a los tres retos sin precedentes que enfrenta la humanidad: cambio climático, demografía y migraciones y la era digital.
Los líderes europeos se han declarado compenetrados con esta responsabilidad, conscientes de la importancia del período 2019-2024 para la consolidación del proyecto de la Unión Europea. Por lo tanto, les corresponde consolidar las mejores condiciones para la creación de riqueza mediante un crecimiento económico sostenible, lo que implica promover un entorno estructural favorable al desarrollo de los negocios y las empresas. Por encima de todo, es importante que sepan generar un clima de estabilidad y confianza para los inversores y emprendedores, con reglas claras y justas para todos.
Señal de los tiempos, las principales asociaciones empresariales reclaman, y bien, una Europa digital totalmente interconectada, sostenida por el suministro de infraestructuras avanzadas, seguras y accesibles, así como la aplicación de un marco que permita a las empresas una correcta adaptación al cambio climático y medioambiental y una adhesión consistente al cambio de la producción lineal y del consumo a una economía circular.
Pero reclaman también un liderazgo firme y valeroso que no se base en sondeos y que defienda verdaderamente los intereses de la Unión Europea como player relevante en la conducción del mundo de la economía y de su población.
Son cuestiones críticas e interconectadas como éstas las que exigen respuestas convincentes y rigurosas a lo largo de los próximos cinco años, so pena de que Europa se atrase gravemente en el tren del desarrollo y el proyecto de la Unión quede a merced de sus enemigos internos y de sus competidores externos.
Portugal también necesitará, más que nunca, de una Europa fuerte y unida que le ayude a que su economía converja con los países de vanguardia, ya que tantos y tan grandes son los obstáculos a superar.