
La energía en Portugal. Un obstáculo para nuestro desarrollo económico
En 2018 la electricidad portuguesa es ya la segunda más cara de Europa. Nuestro país muestra además una elevadísima dependencia energética del exterior, ya que hasta el 75% de la energía consumida procede de la importaciones de combustibles.
Esta situación afecta de manera directa a nuestra economía: los altos costes terminan impactando negativamente en nuestra competitividad. No es posible desarrollar una economía productiva eficiente y con capacidad de proyección internacional si nuestros empresarios enfrentan precios energéticos desproporcionados.
La cuestión energética en Portugal se presenta, así, como un obstáculo serio para nuestro desarrollo y crecimiento económico.
Pero, ¿cómo es posible que tengamos que hablar de vulnerabilidad energética en el caso de nuestro país?
Las dos caras de la vulnerabilidad energética portuguesa
Desde mi punto de vista, Portugal presenta un cuadro de vulnerabilidad energética por dos motivos diferentes pero complementarios. Uno de naturaleza técnico-burocrático, que podría ser abordado en el mediano plazo y otro de dimensión más estructural que requiere una visión de largo plazo.
El primero, tiene que ver con los elevados impuestos, tasas y otros gravámenes que se suman al precio de la energía en nuestro país. Según los datos publicados por Eurostat en agosto pasado, la electricidad portuguesa tiene la segunda mayor carga fiscal y parafiscal de todo Europa, llegando a representar el 52% del precio final.
El segundo motivo, un tanto más complejo, radica, como ya he dicho antes, en una realidad recurrente en la vida económica portuguesa: momentos en los que las decisiones que había que tomar se hicieron sobre la base de mantener apariencias antes que sobre la base de lo que era conveniente y necesario.
Algo así está ocurriendo con la apuesta de nuestro país por las energías renovables. No cabe duda de que la imagen de país productor de energía renovable es positiva en términos de proyección internacional y la transición energética es una necesidad. Pero debemos hacerlo contando con un adecuado plan de sostenibilidad financiera y, por ello, no podemos obviar nuestras debilidades en esta apuesta, relacionadas fundamentalmente el alto precio que pagamos por nuestra electricidad.
La transición hacia un mix energético que apueste por la energía renovable debe hacerse progresivamente y bajo una mentalidad de sostenibilidad y racionalidad que, ante todo, no penalice económicamente a empresas y ciudadanos, como hasta ahora.
Hacia un modelo más razonable y sostenible
Portugal se encuentra así en un momento en el que su política energética debe ser sometida a importantes cambios, a través de la implementación de acciones concretas que permitan superar nuestra delicada situación.
El hecho que más de la mitad del precio dependa de gravámenes impositivos limitan la efectividad de algunas de las medidas recientemente propuestas para contrarrestar la escalada de precios, como la idea de transferir 150 millones de euros de la contribución extraordinaria sobre grandes empresas de energía para bajar el precio de la electricidad.
Esto, sumado a condiciones internacionales que presionan hacia la alta de los precios de la energía (precio del petróleo y el gas natural) y que fuentes del sector de la energía aseguran que los precios de la electricidad en el mercado mayorista casi seguro que no bajarán en 2019, dan cuenta de las dificultades de abordar esta problemática. Y de la necesidad de revisar el esquema impositivo.
Una racionalización y consecuente reducción de los impuestos y las cargas para-fiscales sería así un primer paso para comenzar a garantizar precios más razonables y que no impacten tan negativamente sobre los bolsillos de nuestros ciudadanos y de las empresas portuguesas, especialmente las PYMES.
La reducción del IVA sobre la parte fija de la factura de la electricidad del 23% al 6% iría en esta dirección, pero el hecho de que esta medida solo afectará a los usuarios que tengan una potencia contratada de hasta 3,45 kVA, restringe considerablemente su posible éxito e impacto en términos de reducción generalizada de los precios de la energía, tanto para consumidores domésticos como para las empresas.
Sin embargo, el largo plazo no puede dejarse de lado y ello requiere abordar la transición energética de un modo serio y razonable, dejando de lado la política de las apariencias y tomando las decisiones que sean necesarias.
No puede dudarse de la apuesta por la energía limpia, pero también hay que ser conscientes de que, en todo caso, ésta requiere de una fuerte inversión en investigación e innovación (para aumentar la eficiencia y reducir los costes), lo cual a su vez exige altos niveles de financiación. Y en este escenario, los combustibles fósiles no pueden quedar fuera de la ecuación, como fuentes de energía y, especialmente, como factores generadores de recursos suficientes para financiar los costos de la transición.
La política energética redunda sobre la competitividad de las empresas y la economía, pero también sobre la calidad de vida de los ciudadanos. En última instancia, si logramos tomar las decisiones apropiadas y desarrollar una política energética adecuada, lo que en última instancia haremos es crear las condiciones que le permitan a Portugal continuar en la senda de crecimiento y desarrollo, colocándose en la primera línea de países influyentes a nivel internacional.