Produtividade portugal

El eterno retorno de la (im) productividad portuguesa

Hace algunos meses, durante la celebración del 184º aniversario de la Cámara de Comercio e Industria Portuguesa, el Presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, apuntó en su intervención que, para garantizar una senda de crecimiento económico justo y sostenido, se hacía necesario aumentar los niveles de inversión, mejorar la gestión de nuestras organizaciones e incrementar de manera sostenida los niveles de productividad de la economía portuguesa.

Sobre el primer punto ya hemos reflexionado aquí hace poco y en el futuro tendremos tiempo de profundizar en el segundo desafío. Ahora me gustaría hacer especial hincapié en la importancia crucial de la productividad.

Este es uno de los mayores, sino el mayor, desafío que enfrentamos en términos económicos. Sólo el aumento de nuestra productividad permitirá alcanzar los objetivos de calidad de vida que ambicionamos. Por ello, este es y debe ser uno de los temas prioritarios para la economía portuguesa y los actores que participan en ella, tanto empresarios como trabajadores y Gobierno.

Pero, ¿qué lugar ocupamos en la actualidad en términos de productividad y cómo hemos llegado hasta allí?

Un Portugal improductivo y rezagado en Europa

De acuerdo con las cifras proporcionadas por Pordata, la productividad del trabajo en Portugal se ha reducido entre 1995 y 2017 en comparación con la media europea. Nuestro país presenta hoy un nivel de productividad laboral por hora equivalente al 68% de la media de la UE. Alemania, por ejemplo, registraba en 2016 casi el doble de la media europea y en comparación con el resto de los países de la región, detrás de Portugal sólo se ubican algunas de las economías del este y Grecia.

Esta disminución portuguesa ha respondido en términos generales a dos factores: uno cíclico, vinculado a la disrupción producida durante los últimos años en el mercado de trabajo por la crisis económica que azotó a nuestro país; y otro, relacionado a nuestra incapacidad crónica y estructural por emprender las acciones necesarias para mejorar los índices de productividad de la economía.

Destaco esta segunda dimensión porque, desde mi punto de vista, es innegable que hubo un momento, después de la entrada de Portugal a la Comunidad Europea, en el que los incentivos a la modernización y la voluntad de los portugueses por construir un país mejor conformaron un contexto ideal para emprender esta ardua pero necesaria tarea. Era sin lugar a dudas el momento más oportuno para enfrentar el déficit estructural de productividad de nuestra economía.

Por desgracia, los actores responsables de emprender estos cambios (léase organizaciones empresariales, sindicatos y Gobierno) en vez de luchar por generar las condiciones necesarias para el crecimiento de la productividad del trabajo en Portugal, se enfrascaron en negociaciones en defensa de intereses particulares y cortoplacista.

Las consecuencias de estas negligencias son hoy evidentes. Pero llorar sobre la leche derramada no nos llevará a ningún lado. Entender el pasado debe sólo servirnos para no repetir los mismos errores y tener mayor claridad sobre cuáles son los mejores caminos a seguir hacia adelante. Por ello, cabe hacernos una segunda compleja pregunta: ¿cómo actuar, a quién le cabe y sobre cuáles dimensiones prioritarias?

¿Qué hacer (y quién debe hacerlo) para aumentar la productividad portuguesa?

La bibliografía económica ha indagado mucho sobre esta problemática, enumerando varias acciones que sería necesario emprender para atacar nuestro déficit de productividad. Me gustaría apuntar aquí apenas 2 dimensiones concretas que considero claves:

  • La mejora de las competencias profesionales
  • La implementación de nuevos modelos organizativos a nivel empresa

En primer lugar, y ésta es una cuestión de base, existe una dimensión educativa, puesto que Portugal presenta, en promedio, un bajo nivel de formación académico/profesional en comparación con otros países de nuestro nivel de desarrollo económico.

En este sentido, es necesario llevar a cabo una exhaustiva evaluación del sistema de formación profesional portugués, con programas específicos que incidan sobre los perfiles de baja cualificación, aumenten la oferta de perfiles de alta cualificación y especialización y apunten a la mejora de las competencias de gestión en los perfiles directivos.

Aquí es claro que el Estado debe cumplir un rol central pero las empresas no deben desvincularse de esta responsabilidad. Es crucial encontrar formas más eficientes de coordinar las demandas y necesidades del mercado con lo que ofrece en términos educativos y de formación profesional nuestro sistema de enseñanza.

En segundo lugar, y aquí el rol de los empresarios en coordinación con los trabajadores es fundamental, habrán de emprenderse reformas que favorezcan el incremento de la productividad en el seno de cada empresa, en el marco de la relación laboral, apostando por modelos organizativos novedosos que incorporen sistemas meritocráticos a todos los niveles de la organización.

Esto permitirá sumar a los contratos de trabajo esquemas claros de incentivos a los empleados en relación a su productividad, favoreciendo la distribución de los beneficios a nivel empresarial y a nivel de la economía en general y generando las condiciones de motivación necesarias para aumentar el nivel de productividad de los trabajadores.

Ambas respuestas muestran claramente que la apuesta fundamental es por las personas ya que, en definitiva, ellas son el mayor activo de cualquier empresa, organización, economía o sociedad; no es el petróleo o cualquier otro recurso natural, no es la localización o el dominio de un eje geoestratégico y no es la dimensión de la industria o del mercado. ¡Son las personas! Es invirtiendo en ellas que conseguiremos superar la trampa de la improductividad portuguesa y garantizar la senda de crecimiento económico justo y sostenido de la que hablaba nuestro Presidente.