Portugal como pivote de la economía internacional

Portugal como pivote de la economía internacional

La buena noticia es que 2018 fue el año más fértil en términos de atracción de inversión extranjera directa en Portugal desde que se creó la AICEP – Agencia para la Inversión y Comercio Exterior de Portugal, en 2007. El país recibió más de 1200 millones de euros de inversión a lo largo del último año.

La noticia menos positiva es que, a pesar de este y otros indicios de recuperación de la economía portuguesa, la Comisión Europea acaba de resaltar que persisten aún “riesgos altos” que amenazan la sostenibilidad de las finanzas públicas portuguesas en el mediano plazo, debido  fundamentalmente a la elevada deuda pública y las dificultades para reducirla.

Portugal continúa luchando para superar niveles de crecimiento económico anémicos – incluso en los mejores años – incapaces de consolidarse como amortiguadores seguros frente a posibles perturbaciones negativas para el crecimiento o aumentos de las tasas de interés, lo que tendría un impacto inmediato en la estabilidad económica y financiera del país.

Las competencias distintivas

La cuestión que se plantea es si este es un destino inevitable. ¿Será que los pesimistas viejos del Restelo de Luís Vas Camões tenían razón? ¿No habrá alternativas para un pequeño país europeo periférico sin petróleo, oro o diamantes entre sus recursos naturales? ¿No contará Portugal y los portugueses con competencias propias y distintivas que les permitan cambiar de paradigma y consolidarse en términos competitivos en la Unión Europea y el mundo?

Es sabido que la respuesta es positiva. Los discursos políticos de todos los cuadrantes ideológicos están repletos de referencias elogiosas a nuestra histórica capacidad de diálogo y de establecer consensos con naciones de cualquier latitud, fruto de un recorrido valeroso que nos permitió, según nuestro gran poeta, “dar nuevos mundos al Mundo”, en la que fue la gran operación pionera de la globalización.

Tampoco faltan alusiones sistemáticas a nuestra relación privilegiada con los pueblos de todos los continentes que se han reunido en la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa – CPLP. Esto nos coloca en una posición privilegiada para mediar y profundizar, con beneficios para todos, las relaciones políticas y económicas en un vasto mercado lusófono, que reúne a casi 300 millones de consumidores y que puede – y debe – estrechar los vínculos de Europa con África, pero también con América y Asia.

Una capacidad para el diálogo y la generación de consenso que se ve reconocida en la designación de portugueses en cargos y posiciones de relevancia internacional, como ocurrió recientemente con António Guterres en la ONU, António Vitorino en la Organización Internacional para las Migraciones, Mario Centeno en el Eurogrupo, Carlos Moedas como Comisario Europeo de Investigación, Ciencia e Innovación o, antes, Durão Barroso en la presidencia de la Comisión Europea.

La vocación atlántica

Sin embargo, quizás aún más importante son el posicionamiento geopolítico y la vocación atlántica de Portugal. Somos un país periférico en Europa, pero central en el Atlántico. Nuestra Historia demuestra que han sido la dimensión marítima y la vocación atlántica las que nos han permitido superar la limitación territorial europea y ganar escala como potencia marítima mundial.

Se ha convertido casi en una moda decir que el futuro de Portugal se juega en el mar. Y está claro el porqué: la Cuenca del Atlántico, especialmente ahora con la ampliación del Canal de Panamá, se consolida como el futuro centro comercial y energético más grande de nuestro planeta. Portugal puede y debe desempeñar un papel determinante en este contexto, habida cuenta de su ubicación estratégica y su gigantesca Zona Económica Exclusiva.

Bastará con decir que un barco que salga del Canal de Panamá, si navega en línea recta, entrará directamente en el Puerto de Sines, lo que revela claramente el potencial que tiene esta plataforma portuaria y logística para convertirse en la principal puerta marítima de entrada en Europa, con el consecuente significado político y económico que esto representa (siempre que dicha plataforma esté convenientemente dotada de los recursos necesarios, en particular humanos – lo que parece no suceder en la actualidad).

El mar es, pues, un activo insustituible para la internacionalización de la economía portuguesa y la atracción de inversión extranjera. Pensemos en la variedad de actividades económicas que engloba, desde la explotación deep offshore de minerales, pasando por la alimentación, la energía o la biotecnología, por ejemplo, y verificaremos que estamos hablando de la economía del siglo XXI, donde los Océanos cumplirán un papel decisivo.

El tiempo urge

El interrogante es por qué Portugal no es lo suficientemente expeditivo en capitalizar sus capacidades y características distintivas, mejorando así su papel en el contexto de las Naciones y estableciéndose como un verdadero pivote en la economía internacional.

La respuesta seguramente radica en nuestra proverbial dificultad para planificar, para pasar de las palabras elocuentes a los actos, absortos quizá en la gestión cotidiana de una crisis persistente que nos condena a un modelo de desarrollo sin futuro, siempre a merced de cualquier pequeño desequilibrio internacional.

Movilizar a los portugueses a los fines de explotar las ventajas competitivas de nuestro País es un imperativo urgente. Es cierto que no tenemos dimensión para asumir un papel central en la economía y el comercio internacional. Sin embargo, renunciar a la posibilidad de estar a la vanguardia de los negocios del futuro sólo nos hará más periféricos, más irrelevantes y más dependientes de las decisiones tomadas por terceros.

El diagnóstico ya está hecho hace tiempo. Ahora nos resta elaborar un plan y trazar un camino consensuado para poder jugar las cartas con las que contamos. Para poder crear riqueza de forma más sostenida y superar la situación actual que nos condena a salarios bajos, a una elevada carga fiscal y a servicios públicos sistemáticamente descapitalizados. Ayer ya era tarde para empezar.